Incluye bibliografías

Primera parte: La ciencia de la inteligencia. Segunda parte: La política de la inteligencia.

A menudo la investigación psicológica aplicada a importantes temas de carácter social como la educación, la pobreza, el desempleo, la familia, la seguridad social, o la delincuencia da lugar a virulentos debates que trascienden los límites de la comunidad científica. Recientemente, uno de los debates más destacados ha tenido lugar a raíz de la publicación de la obra de los profesores Richard Hernstein y Charles Murray titulada durante varias semanas en las listas de best-sellers del mercado norteamericano. sugiere que la capacidad intelectual contribuye a explicar la estratificación social existente en las sociedades más avanzadas. De este modo, las diferencias de inteligencia explicarían mejor que el estatus socioeconómico qué ciudadanos se dirigen hacia las capas sociales más altas y quiénes ocupan las capas sociales más bajas. ha dado lugar a cientos de páginas que han argumentado tanto en contra como a favor de las que en el presente volumen recogemos algunas de las más relevantes. Por tanto, se incluye tanto la ciencia precisa para centrar la discusión, como las posiciones mantenidas por distintos autores. En el ánimo de los coordinadores está el contribuir a que las discusiones sobre estas temáticas sociales puedan desarrollarse en un clima intelectual abierto y transparente que huya de las descalificaciones emocionales. Pocos temas de la psicología son tan populares y provocan tanta controversia como el de la Inteligencia y su inseparable investigación sobre las diferencias individuales en ella. Este debate abarca prácticamente todos los ámbitos del tema, llegando a plagar hasta su parte más abstrusa de tintes ideológicos. No es para menos. En una sociedad tan competitiva como la nuestra, una de las características más deseables del «triunfador» o la triunfadora es su inteligencia. Hipócritamente (sin intención, claro está), llegamos a decir que ser calificados de «felices» es preferible a serlo de «inteligentes». Sin embargo, nos provoca menos rechazo visceral ser tildados de «poco felices» que de «poco inteligentes».

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